Queridas Frida y Eva,
Después de 4 meses encontré el tiempo y las palabras para plasmar mi experiencia del nacimiento de Olivia, aquí van, me nació escribirlo contandoselo a ella! Qué le vamos a hacer! :-)
Lo comparto, cariños a ambas!
El día que naciste el cielo estaba brillante, blanco. Los rayos de sol se colaban entre unas nubes tímidas. Todavía hacía calor y nadie auguraba un cambio tan brusco en la coyuntura política y económica del país a tan corto plazo.
Domingo 6 de mayo de 2018, 9AM. Terminamos de despedir a Alba en su taxi camino al aeropuerto y subiendo por el ascensor con papá, al tiempo que digo “podríamos seguir durmiendo...” siento un líquido caliente que se me escurre entre las piernas. Empiezo a pensar que eso que está pasando no es normal. Me doy mil vueltas para llamar a Marina – la partera-, no se qué explicarle, tengo miedo que la respuesta sea que llegas hoy…pienso en que no tenemos nada preparado. Tu ropa está embolsada sin lavar, tu bolso no está listo…
Con estas dudas nos subimos a un taxi y desde el auto miro el cielo. Pienso que es un día lindo para que llegues a este mundo: brillante, blanco, con atisbos de sol.
En la guardia me hacen un tacto y confirman que hay rotura de bolsa pero aún no hay dilatación, pero que sí: vas a nacer hoy, solo queda esperar a que se desencadene naturalmente el trabajo de parto o inducir, pero que es HOY.
Con papá nos miramos y sonreímos, finalmente te vamos a conocer, después de siete meses y medio de embarazo y cinco semanas antes de lo esperado, pero ahí estás comenzando las contracciones de forma natural para salir. Con tus latidos fuertes esperamos a que todo suceda solo. Primero leves y lentamente cada vez más intensas y seguidas acompañamos con papá cada contracción con las “ooooooo” del largo de mi respiración.
El dolor aumenta, ya son las dos de la tarde y llega un segundo tacto que ayuda a llegar a cinco de dilatación. Ahora el tiempo entre contracciones se acorta cada vez más y a las cuatro el dolor ya es insoportable: es el momento de ir a la sala de parto.
Papá se va a vestir como nunca antes lo vi: todo de color naranja.
Las contracciones ya son cada treinta segundos y no puedo posicionarme para que me coloquen la peridural. En un esfuerzo me hago una bolita como puedo y al tiempo de “No te muevas” del anestesiólogo no puedo evitar arquearme producto del pinchazo entre las vértebras. Siento el frio que me recorre las piernas, siento los calambre y los temblores… y de golpe ya no siento más dolor. Las contracciones parecen haberse ido pero no: la panza se pone dura solo que la analgesia hizo efecto.
Siento un alivio reconfortante que me deja despejada para lo que sigue, no puedo dejar de sonreir y no se por qué de bostezar. La partera me dice “Por favor, no te me duermas ahora!” y yo “Dormirme? Me siento concentrada!”.
Papá busca tu lista de música y apagamos la luz. Respiramos y seguimos con las “oooo” que no dejan de acompañarnos en la espera. Toca practicar el pujo y tal como hacía en las clases de Frida pongo toda la atención en soltar la parte de abajo. Me acuerdo de sonreir.
Me doy cuenta de que estamos haciendo tiempo hasta que llegue el obstetra, ya son las cinco y media y por el pasillo se escucha un silbido que se acerca: “Es él, siempre entra silbando”. Diego aparece y ya se puede distinguir el compás de una cumbia conocida, todos nos reimos, el clima está relajado.
Con la ayuda de unas tácticas de empuje pienso: “Cómo no se va a sonreir? Si lentamente la sonrisa se va transformando en el gesto natural producto del esfuerzo por soltar y mantener?”
Siento que no puedo respirar y me alcanzan un tubito con oxígeno que papá debe sostener cerca de mi nariz. Pero papá se desconcentra, tu cabecita comienza a aparecer y el tubito queda entre mi ojo y mi boca pero muy lejos de mi nariz.
“Un pujo más!” se escucha, son las seis y veinte y con toda la fuerza que puedo hago ese intento: la respuesta es tu primer llanto, seguida de una pausa para tomar aire por primera vez y seguir llorando.
Yo no entiendo nada, estoy agitada, lo miro a papá que solo se ven los ojos por el barbijo, pero puedo ver que tampoco entiende nada. La enfermera me dice “Respirá mamá, respirá.” al tiempo que te pone sobre mi pecho, y yo de la emoción no se qué decirte, pero solito se me escapa un: “Bienvenida, Olivia!”.