El viernes 26 fue nuestra última clase de eutonía. A las cinco de la mañana entre el viernes y el sábado sentí las primeras contracciones “molestas”. Ya toda la semana previa me había sentido rara, con una frecuencia de panzas duras más alta que de costumbre y con un sentimiento cada vez más intenso de que ya era hora de que Bruno naciera, de que el ciclo del embarazo estaba cumplido. Teníamos la casa preparada y también yo había ya buscado mi ropa de verano pensando en que pronto iba a dejar de tener panza. Estaba todo listo.
Luego de una secuencia larga de contracciones esa madrugada, el ciclo pasó y tuve un día bastante normal. Pero las contracciones volvieron al caer la tarde, y se acentuaron durante la noche. Al principio costó emitir la O, porque la sensación corporal era tan nueva que tuve que acostumbrarme, conocerla, y luego recién, con la ayuda de Fede, pude empezar a emitirla hasta que se volvió natural hacerlo. Las contracciones se fueron acelerando, a las 2 aM ya llevaba una hora y media con una frecuencia de cinco minutos. Fui a darme una ducha, mientras Fede juntaba las cosas para salir para la clínica. Sin embargo, con la ducha, la panza se relajó y la frecuencia bajó. Falsa alarma.
Dormimos el resto de la noche de a intervalos de a 10 minutos, porque venía una nueva contracción y nuevamente empezaba el ciclo de las cinco O. Doy fe, ¡entran perfectamente en el tiempo que dura la contracción!
Amanecimos el domingo 28, que era mi fecha probable de parto. Las contracciones pasaron durante el día, aunque tuve una muy fuerte con la que perdí el tapón. Todo indicaba que el momento se acercaba, pero como ya habíamos tenido dos noches de contracciones sin que el parto se desencadenara, también llegamos a pensar que podríamos estar varios días así. La idea no me entusiasmaba demasiado. Estábamos cansados y ansiosos.
A la tarde pasamos por la guardia de obstetricia. Teníamos algo de inquietud por la salud de Bruno y queríamos preguntar si lo que estábamos haciendo –que era, básicamente, esperar- era correcto. Me dijeron que tenía 1cm y medio de dilatación, y fuimos a pasear un rato después de la consulta.
Llegó la noche del domingo y, con ella, nuevamente las contracciones y las O. El ritmo se aceleraba, pero en mitad de la noche empezó a decrecer. Pensé: “voy a estar así una semana, no voy a aguantar”. Al rato… el ritmo subió y a las 8 de la mañana del lunes ya tenía contracciones cada tres minutos.
Tenía instalada una aplicación en el teléfono que me permitía tomar el tiempo de las contracciones. Al terminar cada una, había que calificarlas entre suaves, intermedias y fuertes. Yo venía calificando todas como suaves o intermedias, comprobando que las contracciones no “duelen”, sino, como dice Frida, que “molestan”. Estaba sorprendida, solo cada tanto venía alguna intensa y ahí la O se hacía fuerte. Pero la mayor parte del tiempo, el acompañamiento de las O permitía decir que eran intermedias.
Nos duchamos y fuimos a la clínica. Llegué con 5 cm de dilatación. Todo estaba bien y nos confirmaron que Bruno nacería ese día. Fuimos a la habitación. Nos ofrecieron oxitocina y peridural, lo que hubiera hecho que abandonáramos la habitación para ir a la sala de dilatantes. Evaluamos con Fede que, como veníamos bien así como estábamos, preferíamos quedarnos juntos en la habitación haciendo el trabajo de parto.
A las 2 de la tarde tenía 7 de dilatación. Un monitoreo mostró una ligera baja de las pulsaciones de Bruno durante las contracciones, por lo cual me llevaron a la sala de dilatantes para tener un control médico más cercano en el último tramo. Yo seguía sintiéndome bien; en alerta, a pesar de las tres noches sin dormir. Las contracciones me seguían pareciendo intermedias, por lo que aún no había pedido la peridural. Con las O estábamos bien.
En dilatantes, con la partera empezamos a pujar. Al rato ya tenía 8/9 de dilatación, le podían tocar la cabecita a Bruno cuando yo pujaba, y empecé a sentir su presión en los huesos de la pelvis. Sin embargo, se agravó el descenso de las pulsaciones de Bruno, con compromiso para su salud. Nuestro obstetra nos informó de la situación y nos anunció que íbamos a ir a cesárea de urgencia, porque estábamos en una situación riesgosa para el bebé.
En cinco minutos, ya estaba todo el equipo en el quirófano, yo estaba recibiendo anestesia, Fede se estaba cambiando. Leyeron un protocolo, contaron 3, 2, 1, y comenzó la cesárea. Fede estaba sentado a mi lado, y teníamos un teloncito que nos separaba de la cirugía en mi panza. Cuando Bruno estaba listo para salir, bajaron la cortina y lo vimos –también lo escuchamos- nacer. Era increíble verlo, lo habíamos imaginado tanto y ahora estaba ahí.
Me lo pusieron al lado, yo no lo podía tocar por asepsia, pero cuando escuchó mi voz dejó de llorar. Lo besé como pude, me chupó la nariz y se lo llevaron a neonatología, acompañados por Fede. Cuando terminaron de coserme, nos llevaron a todos al cuarto y lo pusieron en mi pecho. Bruno solo se orientó y se movió hacia la teta, y empezó a succionar como si lo hubiera hecho desde siempre. Fue hermoso sentirlo cerca, ese contacto a través de la teta me pareció el principio de una historia que no podría nunca haber imaginado antes.
Desde ahí, Bruno siguió tomando la teta, cada vez con mayor frecuencia. Yo me recuperé rápidamente de la operación, y Fede nos acompañó y ayudó todo el tiempo, haciéndose también su lugar como papá.
Volvimos a casa el jueves, y desde ahí estamos construyendo nuestra familia. No son fáciles los primeros tiempos. En algunas noches de llanto inconsolable, las O también fueron de utilidad, Bruno se calmó escuchándolas. Es hermoso y también duro por momentos. El tiempo se suspende, y el premio es enorme.
Tengo muchas cosas para decir y compartir, pero elijo dos para terminar.
Una, respecto de haber ido a cesárea. En nuestro caso, el equipo de obstetricia lamentó que no hayamos llegado al parto, decían que todo venia perfecto. No fue así ni para Fede ni para mí: entendimos la situación, la aceptamos con naturalidad, “soltando” nuestra elección previa respecto del parto. Bruno estuvo tan rápido con nosotrxs, que la alternativa parto-cesárea nos pareció de inmediato secundaria. Por otro lado, a mí, que viví en carne propia un extenso trabajo de parto, me venía todo el tiempo una frase de Baruch de Spinoza, un filósofo holandés del siglo XVII: “nadie sabe lo que puede un cuerpo”. La experiencia corporal intransferible de las contracciones, sus efectos sobre el estado de ánimo, fueron para mí una oportunidad de un profundo autoconocimiento. No sabía lo que mi cuerpo podría hacer. Solo iba sabiendo, contracción a contracción, que mi cuerpo iba a poder atravesar otra contracción más, y hacerlo serenamente, con las O como compañía. Estoy muy contenta de haberlo hecho. Bruno también trabajó mucho, y Fede fue una compañía esencial en todo el proceso, haciéndolo posible, dándome confianza y amor.
La segunda tiene que ver con el después. Una amiga nos regaló un libro, “El Menino” de Isol, y eligió como dedicatoria esta frase, contenida en el texto, que sintetiza una dimensión fundamental de nuestro ahora, a nueve días del nacimiento de Bruno: “El Menino produce una amnesia extraña. De pronto se hace difícil recordar cómo era la vida antes de su llegada”. En eso estamos, abriéndonos paso de a tres en esta vida nueva.
Muchas gracias por estos meses de eutonía, fue hermoso compartir la espera de Bruno con ustedes!
Silvia, Federico y Bruno