El domingo 4/11 a la mañana empecé a tener contracciones un poco dolorosas, y más intensas que las que solía tener habitualmente. Eran bastante seguidas al principio, pero después se fueron espaciando. También había empezado a perder tapon mucoso la noche anterior. Con Rodri, mi marido, nos quedamos en la cama hasta tarde, vimos un capítulo de una serie, y por supuesto decíamos la O en cada contracción.
A la tarde lavé algo de ropa de Morena, nuestra bebé. Rodri me retaba por no descansar, pero yo quería tener todo listo, y me sentía muy bien. A lo largo del día seguí perdiendo tapón, pero las contracciones se espaciaban cada vez más.
Tomamos mate en el balcón a pedido mío, quería disfrutar de esa tarde tan linda y de esos últimos momentos de los dos solos. También le pedí a Rodri que me sacara fotos con la panza, de alguna manera sentía que me estaba despidiendo de ella, y que la llegada de nuestra hija estaba muy cerca.
El lunes 5 me desperté a las 6 de la mañana con algunas contracciones dolorosas, pero era un dolor leve y muy tolerable. Emití las O en silencio. Después de varias, Rodri se despertó, y empezamos a controlarlas. Eran aproximadamente cada ocho minutos, algunas cada diez, otras cada doce. Si bien no eran regulares, cerca de las 8.00 le avisamos a Miriam, la partera que elegimos para acompañarnos, que las estábamos contando, para que estuviera atenta.
Me fui a duchar, mientras Rodri preparaba el desayuno. En las contracciones me inclinaba hacia adelante y me agarraba de algo; decíamos la O, y él me apoyaba las manos en el sacro, que era donde me dolía. En una probé arrodillarme y apoyarme en la pelota, y fue un gran alivio, una forma muy cómoda y placentera de atravesar el dolor. Eran muy irregulares; cada 8 minutos, cada 4, cada 6, 5, 12, 14… Almorzamos, mientras charlábamos y escuchábamos música de Queen, mi banda favorita. En algunas contracciones me reía mucho, me causaba gracia de repente dejar todo lo que estaba haciendo y salir corriendo a la pelota emitiendo la O.
Así fuimos pasando la tarde, disfrutando de eso, y yo seguía perdiendo tapón. Miri, la partera, vino a casa cerca de las 16.30. Me dijo que mi estado no era aún de trabajo de parto, que quizás podía estar así uno o dos días más. Igualmente, me comentó que también se podía deber al momento del día, que no era el ideal, y que tal vez al bajar el sol se podía intensificar.
Después de unos mates me revisó. Primero escuchó los latidos de la bebé, que estaban muy bien. Después me hizo tacto, y me dijo algo así como “Esto está hermoso”, que el cuello estaba borrado, que le había tocado la cabeza y que estaba con 5 ó 6 de dilatación; y la frase mágica: “Tu hija va a nacer hoy”.
Miri se fue a devolverle el auto a su marido, y yo me metí otra vez en la ducha. Cuando salí de bañarme, todo tomó más intensidad de pronto, como había anticipado ella. Las contracciones empezaron a doler mucho y a ser muy seguidas, mi respiración se aceleró, y me sentía un poco ida. Me recosté sobre la pelota, y no me quise levantar más. Rodri planchaba una toalla para ponerme calor en el sacro, además de sus manos, y por supuesto la O, que yo prácticamente la gritaba. Cuando Miri volvió, me dijo que ahora que íbamos a entrar en el sistema tenía que camuflarme un poco y decir la O para adentro, casi en silencio, como un mantra dirigido directo a mi bebé. Y la frase “Vas a parir, como vos querías!”.
En el viaje en el auto perdí la noción del tiempo. Iba atrás, arrodillada y abrazada a la cabecera del asiento, con los ojos cerrados. Llegamos a Fundacion Hospitalaria, nos hicieron pasar a la habitación de pre parto, y Jorgelina, la partera de guardia, me revisó, y me puso el monitoreo en la posición que yo elegí. Me dijo que pujara un poco para ayudar a More a bajar. Yo no quería la peridural, pero por momentos el dolor me descontrolaba, quería gritar, y si todavía faltaban un par de horas no sabía si iba a poder sobrellevarlo. Jorgelina me dijo que iba a sentir todo, las contracciones, el pujo, y que incluso iba a poder caminar, pero que me iba a aliviar el dolor, y accedí.
Subimos a la sala de partos, y me dieron la peridural. Entró Rodri, y estábamos los dos solos con Jorgelina. Ella bajó las luces, y nos dejó poner música del celular, Rodri puso la playlist que habíamos armado con canciones que elegí yo. El dolor se había ido, sentía el endurecimiento de la panza, y me dolía un poco la punta derecha del sacro. El clima era distendido y relajado, era un hermoso ambiente para nacer.
En las contracciones pujaba con todas mis fuerzas, con las consignas de las clases, que me iba recordando Rodri: “Sonreí, prolongá el coxis y soltá”. Jorgelina me decía que iba muy bien, pero que faltaba un rato. Seguía pujando y no había demasiados cambios, le pregunté si era normal que tardara tanto en avanzar, y me dijo que sí, que siempre es largo.
Más tarde entró Myriam, la obstetra. Las dos me tranquilizaban y me decían que faltaba muy poco, “Un par de pujos más como el de recién”. Myriam me fue sugiriendo probar otras posiciones. Pujé de un costado, del otro, pasando de acostada a sentada, sentada con los pies en los estribos, sentada con los pies en la camilla.
Pasaron tres horas. El efecto de la peridural se había ido, las contracciones me dolían mucho, me sentía mal, y estaba agotada. Volví a preguntarle a la partera si había avanzado, y su expresión fue de que no. More seguía en el primer plano de la pelvis, al que había tardado bastante en entrar. y yo no tenía más fuerzas. Myriam y Jorgelina me alentaban, me decían que como los latidos estaban bien, tranquilamente se podía seguir, que ellas me esperaban todo lo que fuera necesario. Yo aprovechaba todas las contracciones para pujar, pero a veces pujaba mal, ya me estaba costando concentrar toda la fuerza en el diafragma, a veces sin querer se me iba a la cara y la garganta, todo lo que yo sabía que no tenía que hacer. Repetí varias veces que ya no podía más, y ellas me dijeron que respetaban mi decisión. Lo miré a Rodri como buscando su aprobación, y finalmente confirmamos que íbamos a cesárea, aunque nunca dijimos la palabra concreta.
Me llevaron al quirófano, cuando la anestesia empezó a hacer efecto, me acosté y me relajé. Entró Rodri, y al rato bajaron la tela y ahí la vimos a nuestra bebé, para mí fue raro no haberla visto salir de mi cuerpo. Morena nació a las 0.47 del martes 6/11, justo en la fpp.
Después de que dejara de latir el cordón, lo cortaron y me la dieron envuelta en una tela verde; la abracé, dejó de llorar y me miró. Me la quise poner piel con piel, pero me dijeron que no la destapara porque hacía frío. Le di besos, le hablé, y después se fue con Rodri al control. Lo siguiente que me acuerdo es el momento de estar entrando a la habitación.
El dolor de la cesárea no fue únicamente físico. Me costó mucho levantarme de la cama, pero también asumirla. Aceptar que me preparé tanto para tener un parto natural, para el que no había ningún impedimento; que estaba llena de información, de herramientas, que me empoderé, y que no pudo ser. No sé si se debió a que fuimos a sala de partos antes de tiempo, o si simplemente tenía que ser así. Mi hija eligió cómo nacer, seguramente para enseñarme algo.
Tuve que aprender a llevar esta marca en mi cuerpo. Rodri me dice que no es una herida, que es la puerta por la que llegó More, y que tiene forma de sonrisa.