Nació Carmela!!!2019!

Hola Frida, cómo estás?

Escribí el relato. Lo disfruté mucho. Salió del corazón y lo hice pensando en que es un material que me quedará por siempre. No escatimé palabras ni detalles. Tengo el problema de que me cuesta ser breve al escribir. Por este motivo te lo comparto y fijate si te parece extremadamente extenso como para circularlo entre las demás mamás. SI es así quizas se pueden quitar algunos párrafos. Yo señalé en amarillo el renglón a partir del cual ingresamos al hospital. Quizás se puede compartir desde allí si te parece muy largo. Cualquier cosa decime y veo si puedo adaptar una versión más corta. Si no es problema la extensión entonces podés compartir esta versión.
Se acercaba el final del embarazo y yo seguía sin saber qué eran las contracciones, la panza dura y la presión en la pelvis. En la semana 39 fuimos a la que quizás sería nuestra última clase de eutonía. Fui al pujódromo por segunda vez, y no me pude conectar ni con la emoción de estar tan cerca de la llegada de Carmela, ni con Fede, ni con mi cuerpo para direccionar el pujo. Tantos meses observando el pujódromo, emocionándome con esa secuencia, y ahora yo ahí no podía estar del todo presente. Salió un “no puedo” de mis labios y con la motivación de Frida y Eva finalmente pude concluir el ejercicio logrando la intención de pujo.

Mi obstetra, el Dr. Izbizky del Hospital Italiano, salía de vacaciones por lo que me derivó a otra obstetra, Dra. Fernanda Lage, quien me haría el seguimiento a partir de la semana 40. Si el trabajo de parto no se iniciaba espontáneamente, entre la semana 41 y 3 días y la 41 y 7 días programaríamos con la Dra. la inducción al parto, que debía ser antes de comenzar la semana 42.

Yo además de no sentir ningún síntoma de trabajo de parto, ni haber perdido tapón mucoso o roto bolsa, me sentía físicamente muy bien. No me sentía pesada, ni cansada, ni la panza me incomodaba. Por el contrario, me sentía muy enérgica, activa y cómoda con mi cuerpo de embarazada. En estos días que se despegaban de la semana 39 y 40 incluso tuvimos hasta margen para hacer varias saliditas “de novios”. Sin embargo, este estado esto que en un principio me hacía sentir una súper mujer; mientras daba vuelta la casa para luego ordenarla con el método KonMari, limpiaba, preparaba la cuna y demás quehaceres domésticos; me empezó a pesar promediando la semana 40. Con la casa ya ordenada y limpia, la cuna armada en nuestro cuarto, el freezer lleno con comida preparada por Fede para los primeros días después del parto, ya no había mucho más de qué encargarse. Todo estaba “bajo control”, excepto aquello que no se puede controlar. Fue así que la ausencia de señales de trabajo de parto y el seguir sintiéndome tan bien, tan “normal”, empezó a aumentar mi ansiedad y generarme cierto malestar emocional, el cual se manifestaba con más fuerza a medida que los días pasaban.

Ya en la semana 41 volvimos a ver a la obstetra quien, si bien todos los monitoreos daban muy bien, me sugirió programar la inducción para el jueves 24 de enero a las 19 horas, correspondiendo éste a la semana 41 y 3 días. Eso me descolocó un poco, pues mi cabeza se había programado para, sino pasaba nada en el medio, agendar la inducción en el último día de la semana 41. La dra. sugirió no llevarlo tan al límite. Fede estuvo de acuerdo ya que no solo la ansiedad empezaba a aumentar sino también algunos miedos referidos al avance de la edad gestacional. Fede no quería que pasáramos el fin de semana intranquilos. Ese día había sido un día difícil para mí, y esta situación me hizo canalizar toda la angustia en un llanto en el consultorio. Finalmente, luego de hablar con la obstetra y Fede, y si bien yo tenía la posibilidad de elegir esperar hasta el lunes 28 de enero, decidimos tomar la sugerencia de la dra e internarnos el jueves 24 a la tardecita

El martes previo fuimos, esta vez sí, a la última clase de eutonía. Si bien Frida no daría esa clase, estaba al inicio de la misma y pudimos conversar. Le conté de la inducción y ella con su pausa y templanza característica, me dijo algo así como “Claro, muy bien, en algún momento tiene que salir”. La naturalidad con la que escuchó lo de la inducción me dejó tranquila y me puse contenta al comprender que no era que me estaban apurando sino que naturalmente ya estaba siendo la hora de que Carmela salga a este lado de la piel. Mi humor y mis emociones iban mutando positivamente y yo me iba conectando con recibir a nuestra hija. Esa clase fue hermosa y la disfrutamos mucho con Fede. En el pujódromo conectamos mucho lo dos y Eva nos felicitó por el cambio que había habido en el pujo entre la anterior clase y esta. Fue una linda despedida de esta etapa eutónica.

El miércoles le pedí a una amiga que hace coaching, eutonía, guía meditaciones y sabe escuchar, si nos podíamos ver. Si bien mi energía se iba encauzando, aún había algo en mi interior que tenía que acomodar para estar realmente preparada para recibir a Carme y (a falta física de mi mamá, que hoy es energía presente en el universo, como alguna vez me dijo), sabía que esta amiga era la persona que me podía ayudar a hacerlo. Fui a su casa, conversamos, ella me dijo que cuando un bebé está a término y acomodadito para salir, como era el caso de Carmela, ellos ya están listos y lo que están haciendo es esperar a la mamá a que también lo esté. Eso me generó mucho amor y mucha conexión con Carmela. También pude identificar, organizar y verbalizar mis miedos, e ir desprendiéndome de ellos. Así comencé a estar preparada para ser tres, para aceptar a Carmela tal como ella quisiera ser, con su propia personalidad, y para construir una relación entre las dos en base a la escucha y el amor, soltando ideas preconcebidas quizás en base a mi propia experiencia. Soltando el deseo de que sea un espejo de la hermosa relación que tuve con mi mamá y entregándome a la aventura de construir nuestro propio camino.

Llegó el jueves. Durante toda la mañana y temprana tarde estuve en casa sola (así se lo pedí a Fede). Muy tranquila, en silencio, en pausa, dejando atrás el estar de acá para allá haciendo cosas. Tomé un tiempo para escribirle una carta a Carmela en un lindo papel de carta que aún conservo de mi infancia. En un par de años se la entregaré, al igual tal vez que este relato de preparación al parto y de nacimiento. Llegó Fede a casa, reposamos un rato, nos preparamos, sacamos la última foto en casa con la panza, y partimos para el hospital con alegría y sin avisarle a nadie de la internación pues sabíamos que la inducción podía llevar un tiempo largo e indeterminado y no queríamos tener que lidiar con la ansiedad ajena.

Hicimos el ingreso, vimos a la obstetra quien me dijo “qué bueno verte con esa sonrisa”. Y fuimos a esperar que nos dieran habitación. Cuando nos dan habitación veo que no estábamos solos. Había una mamá en la habitación, que el día anterior había tenido una cesárea, con su chiquito de un día. Yo había consultado tanto en el curso de preparto como a la obstetra si la habitación en la que se atravesaba parte del trabajo de parto era privada y me habían dicho que sí. Con lo que esta realidad confrontó fuerte con mi imaginario. Me trajeron una comida escasa y desabrida. En un momento que Fede salió de la habitación, viene un enfermero y me extrae sangre. Le preguntó por qué. Me dice “Rutina, para saber grupo y factor”. Le digo “Pero si yo eso ya me lo hice y está cargado todo en mi historia clínica del hospital, ¿por qué me lo tienen que volver a hacer?”. Reitera “rutina”. Luego se va. Me sentí vulnerada, a disgusto. Yo no tenía ganas de esa noche escuchar el llanto de un bebé ajeno, o tener que controlar mis movimientos y expresiones para no despertar a un bebé en caso de que el trabajo de parto se iniciara. Rompí en llanto. Nada era como lo había imaginado. Me sentí sola, desamparada, incómoda. Pensaba, no tendría que haber venido, tendría que haber esperado. Salgo de la habitación al pasillo a llorar aún más fuerte y llega Fede y me ve muy angustiada. Él tampoco estaba cómodo y le parecía ridículo, tanto para nosotros como para la pareja con su bebé, tener que estar compartiendo esa noche especial para ambos en una misma habitación. Entonces fue a reclamar y luego de insistir, mágicamente aparece una habitación con dos camas vacías, que estaba reservada para una paciente que ingresaba en la mañana del día siguiente. Nos la dieron.

Se hizo la media noche y me colocaron el primer óvulo con prostaglandinas para madurar el cuello del útero. Si mi cuerpo respondía a este estímulo empezaría a tener contracciones en las próximas 4 o 5 horas, sino se aplicaría otro óvulo. Con Fede, ya en una habitación para nosotros solos, nos recostamos en la misma cama y nos dormimos. Me desperté a las 4 de la mañana como si nada. Me ubico en tiempo y espacio y me agarra un bajón porque de las contracciones ni noticias. Tipo 5 de la mañana viene la residente obstétrica a revisarme. Tenía el cuello algo borrado y dilatación mínima. Me hace la segunda aplicación de óvulos, esta vez eran dos. Y me dice que tipo 10 am venían a verme sino llamaba yo antes con novedades. Nuevamente nada. A media mañana del viernes viene mi obstetra, me revisa y me explica que va a desprenderme las membranas (procedimiento que solo fue un poco molesto pero no doloroso). La situación era más favorable que al ingresar al hospital pero aún faltaba para el trabajo de parto. Me ponen la tercera y última dosis de óvulos (esta vez una unidad) y la obstetra me explica que si hoy no pasaba nada al día siguiente (sábado) tendríamos un segundo día de inducción aplicando 4 óvulos a partir de la medianoche. Si el sábado a la tarde tampoco pasaba nada entonces recurriríamos a la oxitocina para generar las contracciones. Esto me dejo tranquila, pues me estaban dando tiempo y eso, entiendo, es una de las cosas más preciadas que se necesitan para parir.

Así transcurrieron la mañana y la tarde del día viernes en la habitación del Hospital Italiano. A la tarde y sin señales de contracciones, le avisamos a nuestra familia núcleo que nos internábamos “ese día, viernes a las 19 horas” para la inducción y que el proceso era largo, que esperaran novedades de parte nuestra. Durante la tarde me escribió mi amiga para ver cómo andaba todo, le digo que bien pero que aún ni noticias de las contracciones. Me ofrece hacer una meditación guiada por skype para poder transmitirle a Carmela que ya estamos listos para recibirla. Le pido a Fede un momento a solas. Hacemos la meditación conectando con Carme y también con mis padres, agradeciéndoles la vida y toda su presencia y acompañamiento a lo largo de ella, lo que posibilitó estar ese día allí. Al caer la tardecita y en un momento en que Fede dormía una siestita me puse música de relajación y repetí el ejercicio de meditación. Luego necesité salir un poco de la pieza y fui a caminar al pasillo. Más de media hora caminando de un lado a otro del pasillo mientras hablaba con alguna enfermera que me cruzaba o la chica de seguridad.

Al caer el sol empiezo a notar la “famosa panza dura”. Era una panza que no había identificado en todo el embarazo. Dura y compacta. Era algo diferente. Entre paso y paso de la caminata empiezo a sentir “como una presión en la pelvis”, algo también novedoso. Y tiempito después algunas molestias que cesaban y se repetían al rato. Entro a la habitación y le digo a Fede que había cosas nuevas que estaban sucediendo en mi cuerpo, que me parecía que las contracciones estaban llegando. Trajeron la cena y comí unos pocos bocados, si bien mi apetito seguía voraz e inmaculado hasta hacía poco, esta vez no tenía voluntad de comer. Pasadas las 20 horas podía aseverar que definitivamente estaba sintiendo las tan preciadas contracciones. La molestia se transformaba en un dolor que con el correr de las horas se hacía cada vez más intenso. A las 21 horas las contracciones ya tenían una duración que iba entre los 45 y 60 segundos y se sucedían cada dos minutos cronométricamente. Pasaron la residente obstétrica y la partera y observaron que el trabajo de parto había iniciado por lo que ya se descartaba la aplicación de más óvulos para la inducción, pues no eran necesarios. Pedimos la pelota y comenzamos a utilizar el recurso de las ooo para atravesar el dolor. Mis oooo mas que ooo eran oooaaaeeemmm por lo que cada vez que iniciaba la contracción se lo indicaba a Fede y él hacía las ooo que me ayudaban mucho, sobre todo el hecho de saber que eran 5 y así identificar cuánto faltaba para que la contracción terminara.

Durante todo el tiempo que estuvimos en la habitación yo no podía estar acostada, necesitaba estar parada y en movimiento. Cada vez que venía una contracción reclinaba mi torso sobre la mesa de comer y unas almohadas que había colocado sobre ella, mientras Fede vocalizaba las ooo. A esta altura tuve mi primer vómito de muchos otros que me acompañarían hasta el amanecer. Pasada la medianoche, me ofrecieron un analgésico que acepté. Y eso me permitió durante un tiempo no muy extenso cerrar los ojos, relajarme y dormitar entre contracción y contracción. Pasó su efecto y los dolores intensos volvieron. Las cuerdas vocales de Fede y las mías ya no tenían el mismo desempeño con las ooo por lo que decidí en esta etapa poner en el celu una playlist con música de meditación y sentarme en la pelota haciendo movimientos circulares. Los monitoreos que me realizaban cada una hora seguían bien y la dilatación ya estaba en casi 5 por lo que 2.30 am me ofrecieron la peridural. Esto implicaba pasar a la sala de dilatantes, trasladarme, dejar la privacidad y la libertad de movimiento, por lo que si bien estaba muy pero muy dolorida decidí aguantar un poco más y utilizar el recurso de la ducha de agua caliente. Los médicos volverían a pasar en una hora. Así pude atravesar el dolor unos 35 minutos más hasta que le dije a Fede “llamá y que me vengan a dar la peridural ya, no aguanto más”. Luego de 20 minutos de una espera que se hizo larga, nos pasaron a buscar. Tuvimos que llevar una mudita de ropa para Carmela, señal de que en breve tendríamos que arroparla y acunarla en nuestros brazos.

A las 4 am me colocaron la peridural, ¡bendita sea!. Esto me permitió descansar, dormitar entre contracción y contracción y sobre todo recobrar fuerzas. A partir de aquí estuve siempre acompañada de la partera de guardia, Vanesa Gallardo, quien me dio un sostén importantísimo en esta última etapa. Con la peridural también me colocaron el goteo de oxitocina para que el trabajo de parto no se aquietara. Siempre explicándome cada paso, el cual yo consentía y luego se materializaba. Dilatación llegando a 8, bebé bien colocado con la cabeza presionando hacia abajo, y bolsa intacta. Por lo que procedieron a romperme bolsa, hecho con el cual también acordé. Todas estas ayudas eran bienvenidas por mí, cumpliéndose ya diez horas de incesante e intenso trabajo de parto.

A las 6 de la mañana llegó la obstetra, me explican que lo que venía ahora era que el bebé descienda los “4 planos” o algo así. Para eso empezamos con los pujos, los primeros más suaves, luego ya me pedían que los hiciera con más fuerza. El efecto de la peridural se había ido, yo estaba muy cansada y quedándome sin fuerzas, por lo que me dieron dos refuerzos de esta anestesia, uno a esa altura y otro, minutos antes de ingresar a la sala de parto. Estos refuerzos me permitían recobrar fuerzas sin quitarme por completo el dolor y la sensibilidad de las contracciones. Esas últimas dos horas antes de ingresar a la sala de parto fueron muy exigidas. Poco tiempo antes del nacimiento de Carmela y luego de 11 horas de un incansable trabajo hecho de a tres, yo sentí que no iba a poder. Lo verbalicé. Dije “cesárea” como llamando a la salvación aunque en mi interior sólo deseaba parir. La partera me decía, “llegaste hasta acá te la estás bancando re bien”. Fede me decía “lo estás haciendo muy bien mi amor, estás pujando hermoso”. La obstetra y la partera me guiaban en estos últimos pujos en la sala de dilatantes y me contaban que ya se le veían los pelitos a nuestro bebé. Fede también podía verlos. Para esta altura yo ya había dejado de preguntar todo: ni cuánto tenía de dilatación, ni en qué plano estaba el bebé, ni cuánto podía llegar a faltar. Solo trataba de hacer lo que me decían atravesando el dolor. También le hablaba a mi mamá, le pedía que desde el universo me de fuerzas, que me acompañara.

En este tramo final cuando mi cuerpo ya estaba agotado la obstetra me dice, “dale que Carmela está barbará”, mirando el monitoreo. Todo el tiempo estuvo perfecta, trabajando un montón y con sus latidos y pulsaciones siempre a buen ritmo. Esto me dio mucho orgullo, sentí una gran conexión con mi bebé. Me emocioné y lagrimeé en el medio de toda esta situación. Estábamos unidas y ella me estaba dando fuerzas a mí, tan pequeñita, alentándome con su garra. A las 8 am, la obstetra le dice a Fede que se cambie que pasábamos a la sala de parto. Allí me acostaron en una cama en la que quedé casi sentada, y empezaron los que serían los últimos 6 o 7 pujos de este hermoso y místico viaje. Fede me decía palabras hermosas que no recuerdo, pero me reconfortaban mucho, al igual que mirarnos, y ver su sonrisa. La obstreta y la partera me dicen “mirá está asomando la cabecita de tu bebé”. Miré, al principio me costó entender los límites de la cabecita de Carmela y mi propio cuerpo, cobré fuerzas para el último pujo y nuevamente obstetra y partera me incentivaron a mirar. De repente veo cómo sale su cabecita y acto seguido todo su cuerpito hecho un paquetito. No pude captar en detalle la escena, porque esta visión que tuve fue inesperada, hermosa y a su vez un poco impresionante. Fede que sí vio y atendió todo, sin impresionarse ni desmayarse, me contó que Carme salió con sus ojitos bien abiertos como los suele tener cuando está despierta, mirando todo y sin llorar. Nació a las 8:37 am del sábado 26 de enero. Me la pusieron en el pecho. Todo fue luz. Estábamos los tres juntos y ella nos miraba. Luego de unos minutos Carme se fue con Fede a hacer los controles. Yo hice un último pujo suave sonriendo para expulsar la placenta, la cual también me ofrecieron ver y entonces la ví salir. No tenía mucha idea de qué era y cómo era la placenta por lo que también fue una experiencia inesperada y muy enriquecedora poder presenciar ese momento en que la misma salía de mi cuerpo. Finalmente me cocieron dos pequeños desgarros internos que me había hecho, pues no me hicieron episiotomía. A esta altura yo pedía que toda esta exigencia para con mi cuerpo termine lo más rápido posible. Volvieron Carmela y su papá, me la pusieron un poco en el pecho y nos fuimos los tres a la habitación.

Desde ese inmediato momento hasta el día de hoy sentí una profunda conexión entre los tres. Carme es un bebé muy tranquilo y nosotros también lo estamos. Nos estamos disfrutando mucho.

Parir fue posible. El permanente apoyo de Fede, una institución que me dio el tiempo y todas las explicaciones que necesité, el trato amoroso de la partera y la obstetra, el trabajo respetuoso de todo el personal del Htal. Italiano, la peridural y la garra que le pusimos lo facilitaron.

Parir fue un viaje, intenso, exigido, demandante físicamente, profundamente gratificante. Cómo todo viaje desde que nos conocimos, lo hicimos juntos con Fede. Una aventura que nos une, la más importante de nuestras vidas!!!