Nació Teo!!!2019!!

RELATO DE EZEQUIEL

Cuando tuvimos la primer consulta con la obstetra, en el primer trimestre del embarazo, lo primero que nos dijo fue que nos olvidemos de tener las cosas bajo control porque nuestro hijo se iba a ocupar de demostrarnos lo contrario. En ese momento no comprendíamos la dimensión de sus sabias palabras.

Pero sucedió que Teo nació por cesárea programada porque contra todo pronóstico se había dado vuelta muy tarde en el embarazo y estaba en posición podálica, y como la curva de crecimiento había rozado el umbral inferior de “parámetros normales”, la obstetra nos explicó que ya estaba en término y que estaría mejor afuera que adentro. Estábamos ya en la semana 39.

Cuando nos enteramos de que íbamos a tener que ir a cesárea, fue como si el embarazo hubiera perdido su magia. Nos estábamos preparando para intentar un parto vaginal. Nos molestaba aún más que fuera planificada, nos parecía que le quitaba emoción y suspenso el hecho de saber el cuándo y el cómo. Me decía a mí mismo que tenía que lidiar con mis propias expectativas, con lo que iba a ser en lugar de lo que yo hubiera querido que sea. Claramente no sabía qué tipo de experiencia estaba por vivenciar.

La mejor decisión que tomamos fue no decirle a nadie cuándo iba a nacer el bebito. Bastante tener que lidiar con nuestras propias ansiedades como para encima hacer lo propio con la de les abueles, tíos y amigues. Siento que con Luz hicimos un equipazo, que juntes nos elegimos como pareja y para conformar nuestra familia, y que podíamos sostenernos mejor a solas.

Así es que el sábado 31/08 llegamos al sanatorio a las 9.00, nos encontramos con la partera, que les hizo un monitoreo al bebé y a la mamá para confirmar que siguiera en la misma posición y no se hubiera dado vuelta. Mientras yo hacía la admisión. Subimos a la habitación, Luz se cambió, le pusieron la vía y nos quedamos charlando plácidamente con la partera, quien muy criteriosamente nos explicó porqué cuando les bebés están en esa posición ya no se intentan más partos vaginales, hasta que llegó la obstetra y nos dijo que ya estaba todo listo para el nacimiento.

Ahí se la llevaron a Luz en la camilla y yo me fui a cambiar lo más rápido que pude para poder estar a su lado cuanto antes. Por supuesto me dijeron que ellos me avisarían cuando podría entrar. Ese tiempo de espera en el vestuario se me hizo interminable. Cuando me dieron el ok ya tenían todo cocinado, y la experiencia fue completamente distinta de lo que me había imaginado para el nacimiento de mi hijo: mucha luz, mucha gente hablando de cualquier cosa. No parecía que iba a suceder el evento más trascendental de nuestras vidas, pero a la vez la situación de cotidianeidad daba la sensación de que nada podría salir mal. Yo estaba junto a Luz y teníamos una cortina adelante, a la altura de su pecho. Mi intención era estar lo más presente, acompañándola, atravesando ese momento juntos. Sabía que ese era mi rol, y quería cumplirlo dedicadamente.

Habrán pasado no más de 10 minutos cuando nos dicen que ya habían salido los huevitos y así nos bajaron el telón y tuvimos el primer encuentro con Teo que colgaba desorientado de las manos de la obstetra, como una marioneta al revés, sostenida por el cordón umbilical. Hacía ruiditos, estaba embadurnado de flujos y se movía de forma extraña hasta que comenzó a llorar. Recuerdo que todos decían “es hermoso” y yo pensaba que a qué madres y padres les van a decir que su bebito recién nacido no lo es; también recuerdo que el neonatólogo inmediatamente lo puso sobre el pecho de Luz, que la cantó un mantra hermoso que le cantaba durante todo el embarazo mientras practicaba yoga, y el bebito paró de llorar. El que no paraba era yo.

Una vez más me equivoqué y ese mismo día me di cuenta de que el nacimiento programado y hospitalizado de mi hijo fue hermoso, porque nosotros (junto con la obstetra y su equipo) hicimos que así sea. Frida nos ayudó a atravesar el dolor de la pérdida simbólica (la transición a convertirnos en ma-padres), a soltar nuestras expectativas, a conectarnos entre les tres y a sonreír ante la inmensidad de traer a una personita al mundo. Siento que Frida en sus clases explica para que entendamos y nos sintamos seguros, pero que como la gran sabia que es, logra transmitir lo esencial sin decir una sola palabra. Y pienso qué maravilloso debe ser tener una vida así, dando y recibiendo tanto amor de forma tan incondicional.

Porque tanto a Frida como a Eva, no solo les estaré por siempre agradecido, si no que les tendré un cariño especial, y estoy seguro de que no soy el único.

RELATO DE LUZ

El 31 de Agosto de 2019, nació Teo a las 10.33 por cesárea programada en el Sanatorio Anchorena.

El embarazo había sido hermoso y tranquilo y todo parecía venir bien, habíamos disfrutado mucho todas las etapas del proceso. Pero, en la semana 37, Teo decidió darse vuelta y sentarse, para sorpresa de todos, incluída la obstetra que decía que ya a esa altura era muy difícil que por el espacio y el peso de la cabeza el bebé pudiera girar. Pero Teo, contra todas las estadísticas, se sentó solo tres semanas antes de la fecha probable de parto. Eso sumado a que en las últimas ecografías se veía que la curva de crecimiento se estaba deteniendo, hizo que la obstetra nos recomendara no esperar a la semana 40 y programar la cesárea para que el bebé siguiera creciendo fuera de la panza. Ezequiel y yo nos angustiamos porque nos habíamos imaginado y nos habíamos preparado para otra cosa. Queríamos intentar un parto vaginal aún con todos los miedos que eso nos generaba. Cuando nos enteramos de que probablemente sería cesárea, quisimos intentar esperar al menos a que se desencadenara naturalmente el proceso. Pero cuando la obstetra nos dijo que ella recomendaba no esperar para no hacer correr riesgos al bebé, todo ese imaginario empezó a desarmarse. Nos angustiaba que la fecha de nacimiento de nuestro hijito se decidiera de una forma tan artificial, nos preguntábamos si era tan imprescindible la cesárea cuanto antes, si otro médico hubiera dado más tiempo. Sentíamos que no teníamos herramientas para pensar la situación y decidimos confiar en nuestra obstetra y su criterio.

No le contamos a nadie la fecha de la cesárea, y la noche anterior compartimos la “última cena de solteros” y terminamos de dejar todo listo para la internación. En la mañana del Sábado salimos para el Sanatorio bien temprano. La ciudad parecía vacía, como en esas películas en que desaparecen todos los humanos de la ciudad, éramos solo nosotros tres en el auto, cantándole canciones al bebé, diciendo la OOOHHH, llorando, contándonos cómo nos sentíamos. Estábamos contentos de que íbamos a conocer a Teo y también angustiados porque no fuera como lo habíamos deseado. Frida siempre presente en nuestros pensamientos se apareció para recordarnos su frase “Sonreí y Soltá”. Me recuerdo pensando, y diciéndole a Ezequiel: no vamos a usar esto para el pujo pero podemos usarlo igual para la cesárea. Soltemos las ideas preconcebidas acerca del nacimiento de Teo, y recibámoslo igual con una sonrisa. Eso hicimos. Llegamos más calmos al sanatorio, nos encontramos con la partera, nos preparamos, nos sacamos las últimas fotos de la panza. Después la anestesia, la obstetra, la sensación extraña de que estuvieran manipulando mi panza sin que yo sintiera dolor. Ezequiel atrás mío, cuidándome, presente. Bajaron la cortina y Teo estaba ahí, tan chiquito, moviéndose como un títere, llorando. Lo acercaron a mi cuerpo y le canté una canción que nos había acompañado durante todo el embarazo. Teo dejó de llorar. Y el amor inundó todo. Sonreímos y soltamos y nos entregamos a la nueva vida los tres. Las Ohhh nos ayudan en momentos intensos. Pienso siempre en la importancia del contacto, con el bebé, entre nosotros. Y agradezco infinitamente a Frida y a Eva por habernos acompañado en este proceso, porque lo que aprendimos no solo sirve para pujar sino que en general vale para pensar de otra forma la vida.