¡El 20 de Julio a las 19.46 hs soltamos a Giuliana! En la misma fecha probable de parto, la gordita llegó al mundo por parto vaginal, con un peso de 3,820 kg.
Diez días antes del parto ya había perdido el tapón mucoso, lo que me generó mucha emoción, tratándose de una señal concreta de lo que estaba por llegar... Y próximo a ese hecho, también se hizo presente la típica “falsa alarma”: el lunes de la misma semana del nacimiento, terminé en la clínica Finochietto junto a la partera, Anahí Raggio, quien me sugirió fuera a verla para comprobar si efectivamente tenía fisurada la bolsa. Luego de haber corroborado con un tacto que tenía el cuello del útero cerrado y descartada la pérdida de líquido amniótico con una banda reactiva, volvimos a casa “silbando bajito”…
El 19 de Julio asistimos con Mariano (papá) a la última clase de eutonía. Solíamos ir los miércoles y como no habíamos podido ir aquella semana, esa mañana de jueves lluvioso y frío insistí en ir porque temía esa clase fuera la de despedida. Desde marzo veníamos frecuentando ese espacio y me resultaba fuerte observar como, poco a poco, se ausentaban mamás cediendo la colchoneta a nuevas gestantes y de pronto… ese jueves, era yo la más panzona que estaba dejando mi lugarcito vacío… Curiosamente, cuando en el “pujódromo” Eva me preguntó la fecha del nacimiento de la beba, respondí “el 20 de julio” en lugar de decir “mañana”. Evidentemente, creía que faltaba un poquito más, sospecha a su vez alimentada por mi obstetra que suponía nos pasaríamos unos días de la fpp acusada en la ecografía y también por cierto temor al porvenir desconocido, mientras que estando mi hija en la panza parecía estar todo “más controlado”; tuve un embarazo hermoso y disfruté intensamente la gestación. Consejo de Frida mediante, en el segundo trimestre comencé a escribirle un diario a Giuli, donde le cuento desde el día que dio positivo el test hasta la actualidad, marcada por su tierno crecimiento.
Ese jueves a la noche, a un pasito nomás de entrar en la semana 40, empecé a despedir un líquido rosado y pensé que sucedía por el tacto que me había hecho Anahí durante la falsa alarma del lunes o porque habíamos hecho caso a Emiliano Pucherman, el obstetra, con eso de ensayar otros chicos para generar contracciones (“como chico a la torta” fueron sus palabras). Sin embargo, junto a la ya experimentada panza dura, había otro elemento nuevo: un dolor similar al del período menstrual que no me dejó dormir.
Al ¿día siguiente? (no dormí) desayuné sobre el flota flota, que venía siendo mi aliado para “soltar abajo” y luego empecé a hacer distintos movimientos y cosas para aliviar las contracciones. Me subí a la pelota de esferodinamia, mientras movía la cadera de lado a lado entonando las oooooo y dejaba la pelota para hacer de pie movimientos circulares y ochos con la cadera. Como persistían las contracciones, recurrí al machete del curso de preparto que tenía pegado en la heladera, acerca de cómo proceder ante un eventual trabajo de parto y descartar falsas alarmas. El primer paso era tomar un baño de inmersión para ver si aflojaban las molestias, sentí que ese paso ya era “al vicio” porque cada vez las contracciones eran más seguidas e intensas (sumado a que el baño estaba helado y sería displacentero ). Por eso fui directo al paso dos: tomar buscapina y observar cambios. Las contracciones no aflojaban y se le iba sumando un nuevo dolor lumbar que luego se irradiaba hacia adelante, parecían avecinarse aquellas “verdaderas”.
De 12:30 a 2 pm, me acosté para usar una aplicación del celular que cuenta la duración y frecuencia de las contracciones. Todas duraban poco menos de 2 minutos y eran cada vez más regulares (se repetían cada 2:15 y 6:30 minutos). Según la aplicación, debía salir corriendo al hospital pero entendí que era demasiado pronto para eso, aunque si era momento de llamar a Anahí. Me atendió dulcemente y quedamos en vernos a las 3:30 pm en la clínica.
El viaje en auto hasta el sanatorio fue intenso, hacía frío, llovía, había mucho tráfico y las contracciones se hacían sentir. Últimamente trataba de evitar el auto porque el rebote me daba contracciones y esa vez las molestias eran aún más intensas. Para atravesar el dolor fui de costadito, agarrada de la manija que está sobre la ventanilla del auto y entonando las oooooooo (suaves, mudas y fuertes, de acuerdo a la necesidad del momento). Además de las ooooo, seguí otros consejos de Frida: puse la atención en no tensar el cuello y la cara, ni presionar los labios sino tratar de transitar el dolor con la mayor templanza posible, como en una actitud de entrega… Hasta que llegué a la puerta del hospital y salí disparada del auto, buscando tierra firme Mariano fue a buscar estacionamiento y yo entré a encontrarme con Anahí que me esperaba para hacerme un tacto.
“Bueno, nos quedamos, tenés 3 de dilatación”, dijo la partera. A su vez, me explicó que había despegado las membranas y eso aceleraría el parto. ¡Qué momento! Mariano se sorprendió con la novedad porque él estaba convencido que era otra falsa alarma. Yo, en cambio, al salir de casa llevaba bajo el brazo el adornito de bienvenida para la puerta (porque tenía el presentimiento que era el gran Día).
El sostén de mi pareja fue muy importante en el trabajo de parto. Apenas entramos a la sala de preparto, Mariano infló la pelota de esferodinamia, me habían dicho que ésta ayudaba mucho y así fue. Me pusieron una vía con suero para evitar deshidratarme y me monitoreaban de tanto en tanto (único momento en que permanecía acostada sino siempre elegí estar en movimiento, de pie o sobre la pelota, para atravesar más amigablemente el dolor de las contracciones). Mariano me seguía atrás, sosteniéndome el “palito” de la guía, mientras yo caminaba de un lado a otro, hacía ochos, rayitas laterales y círculos con la cadera o me sentaba en la pelota para movilizar la pelvis y luego él me ayudaba a reincorporarme. Las ooooo estuvieron presentes en cada contracción, sin excepción, y algunas veces Mariano también las repetía conmigo y/ o me ponía las manos en el sacro para aliviar el dolor que cada vez era más intenso.
Durante un monitoreo, acostada sobre las manos de Mariano en mi sacro, sentí un chasquido junto a una pequeña “explosión” en mi interior, instintivamente supe que esta vez sí se trataba de la bolsa. Le avisamos a la partera, volvió a hacerme un tacto y nos comunicó que en breve llamaría al anestesista para que me aplicaran la peridural, dado que había dilatado bastante (a las 4pm tenía 3 y una hora después ya estaba en 4/ 5). Esto último sucedió a las 5 de la tarde y la anestesia llegaría alrededor de media hora después… Desde ese momento miré reiteradamente el reloj de pared, como si así hubiese podido acelerar el tiempo pero se hizo rogar la llegada del calmante y dada la intensidad de las contracciones, mis ooooo cada vez fueron más “salvajes”, les agregaba alguna aaaaaaa y otras ya eran una especie de zapucai (como para que el anestesista pudiera oírlas desde la calle y venir pronto).Un par de veces, Anahí se asomó ante mis oooooo versión zapucai y ahí venía mi insistente pregunta: “¿Y el anestesista?”.
Luego me llevaron a la sala de partos, tanto Anahí como las asistentes me trataban con dulzura mientras esperábamos la anestesia, las últimas contracciones parecían rayos que me iban a partir al medio (lo extraño es que se trataba de un dolor muy fuerte que a la vez no daba lugar al llanto, algo que jamás había sentido). A pesar del dolor procuraba mantener la calma, de pie, con los movimientos de cadera, las ooooooo y la ayuda de Mariano en todo momento. Parece ser que el culpable había sido el tráfico y por eso el anestesista llegó a las 7 pm cuando ya tenía 10 de dilatación…de allí el por qué de los rayos en las lumbares!! La aguja ni la sentí y en un ratito me volvió la sonrisa a la cara, que alivioooo!
Empecé a temblar como una hoja por la anestesia y antes de iniciar el trabajo expulsivo, Emiliano nos dejó descansar a ambas un lindo rato. En esa espera me preguntaron si ponían las luces tenues, a lo que asentí y también me dieron a elegir que música bajita quería escuchar, pedí clásica o Piazzolla y eso derivó en una conversación sobre tango que luego llevó a más charla acompañada de risas… el clima estaba super distendido y me sentí tan cómoda que en broma sugerí de traer a la sala una picadita. Emiliano me transmitió mucha serenidad, se lo veía muy tranquilo sentado en el filo de la camilla, sembrando en mí mucha confianza en un acontecimiento tan trascendental.
Antes de empezar a pujar, me sentí “entregada” a ese Presente, no había espacio para el miedo, para las dudas y creo aún no era plenamente consciente de lo que estaba por suceder, sumado al cansancio de no haber dormido la noche anterior, ni comido desde la mañana más el trabajo de parto… La anestesia me mantuvo activa, solo me había quitado el dolor, a las contracciones las sentía y las oía también por el monitoreo pero no dolían. Al momento de pujar, tenía a Mariano de un costado y a Anahí del otro, ambos transmitiéndome buena energía para el último esfuerzo. Comparado al trabajo de parto anterior, lo sucedido en la sala de partos fue mucho más ameno (se me pasó volando). Fueron pocos pujos: algunos cortitos, como cuando se asomó la cabecita (yo creí que ya había salido medio cuerpo) y el doctor me invitó a tocarla e incluso a verla en un espejito que estaba colocado en el techo (sólo eso me animé a espiar porque temía impresionarme y no poder pujar) y uno bien largo, el último, cuando Emiliano afirmó: “en este pujo tiene que salir, sí o sí, no hay vuelta a atrás. ¡Con ganas!”. Con una gran sonrisa (para abrir abajo como insiste Frida) acompañada por un “dale, soltá a Giuliana, sonreí” (del papá), nació la gordita. “Qué cachetes, es hermosa!”, fueron las palabras de Emiliano mientras maniobraba para terminar de sacarla y luego me la colocó piel con piel, esperó un ratito a que el cordón dejase de latir y entonces dijo: “ahora las voy a independizar” y puso a la bebé calentita más cerca de mi rostro. Giuli lloraba y yo trataba de aquietarla.
Mientras Mariano estaba con la beba en neonatología, Emiliano me dio dos puntos en el periné por un leve desgarro y para atravesar ese momento de tensión, también recurrí a mi amiga la ooooo. Al finalizar me preguntó: “¿Y? ¿Es el día más feliz de tu vida?”. “Sí, es todo tan surrealista, que no termino de caer”, respondí. A lo que agregó sonriendo: “bueno, cae que ahora tenés que criarla” y se fue también a neo. Me dio tristeza cuando al regresar me informó que la gordita se había fracturado la clavícula en el parto, pero me tranquilizó saber que era algo bastante común en bebes grandes y sanaría pronto.
A la vuelta de los controles, Giuli (con sus ojitos achinados como los míos de pequeñita) se prendió a la teta con facilidad, anticipando una lactancia bellísima . Durante la internación, a cada rato se me abrían las compuertas del alma: llegué a mojarla con mis lágrimas al verla en mis brazos, emocionada por el misterio de la vida.
Leer el libro “Embarazo eutónico” y asistir a las clases fue muy enriquecedor, tanto para la gestación como para el día del parto. Estoy muy agradecida, sobre todo, respecto a la confianza que cálidamente Frida y Eva alimentaron en mí, dado que ingresé a la clínica sintiendo que “la beba tendría lugar para pasar” y que ambas “sabíamos parir". No olvidaré jamás lo bello de haber parido sonriendo!!!!!!
¡GRACIAS por tanto, Frida y Eva! Siempre las recordaremos con mucho amor, besos de Mariano, Giuliana y Paula.